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El Señor me rescató de mis pecados a mediados del 1999. Fue hace unos 17 años cuando Dios me dio vida, me hizo ver mi maldad y la gran necesidad que tenía de él. Su Espíritu me reveló lo grave de mi pecado y también me mostró, qué gran Salvador es Cristo. Pero Dios, hace unos años atrás, también me rescató del error. Digo también, porque el error es una forma de cautiverio, no en vano Jesús dijo que la verdad nos “hace libres”.

Cuando digo error, me refiero a algunas creencias que por años practiqué, enseñé y defendí a capa y espada, pero con el tiempo descubrí, para mi vergüenza, decepción y sorpresa, que no tenían sustento bíblico.

En referencia a esto debo reconocer la gracia de Dios en dos sentidos: primero por guardarme en sus caminos a pesar del engaño de esos años y segundo porqué Su gracia me permitió ver el error en el que estaba. Es decir, fue Dios en su misericordia, quién encendió la luz para permitirme ver lo que antes no veía. Paradójicamente, fue un triste y glorioso descubrimiento.

Pero creo que lo más glorioso, fue recibir una comprensión más profunda y precisa de la realidad de la cruz. Esto abrió mis ojos a la verdad bíblica y me ayudó a leer las Escrituras de una manera totalmente diferente. Comprender el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, su naturaleza, su centralidad, su influencia y su poder, cambiaron dramáticamente mi visión acerca de Dios, de mí mismo, de mi redención y de la vida cristiana.

Cómo empezó todo

Hace varios años, alguien me había regalado un pequeño libro que empecé a leerlo tiempo después. Era un libro usado y viejo. Su nombre: La búsqueda de Dios. Su autor AW Tozer. Este libro produjo dos efectos en mí. Primero confrontó muchas de las creencias y teorías erradas a las que me había aferrado por años. Lo segundo fue que me obligó a re-visitar la Biblia y en particular a revisar algunos de los pasajes que usaba para apoyar mis errores.

Al tiempo, comencé a leer otros autores del mismo perfil. Un autor me llevaba a otro y así sucesivamente. Desde luego que era otra clase de literatura. Estos escritos me humillaban. Me humillaban porque me presentaba a un Dios más santo, puro, soberano de lo que había imaginado y me describían cómo pobre, débil e inútil. Estaba acostumbrado a otro tipo de mensajes y libros. Estos autores desafiaban mi arrogancia evangélica, ese espíritu que me llevó a jactarme de ser un campeónun hijo del rey, un heredero,  un vencedor y todo lo demás. Es decir, me hacían ver que la brecha entre Dios y yo, era más grande de lo que imaginé. Eso me ofendía, pero en el fondo sabía que algo de razón tenían. Eran los primeros síntomas de la misericordia de Dios que estaba abriendo mis ojos.

Entonces, ¿por qué decretaba?

Yo también decretaba, declaraba, arrebata y ataba. Y creo que son muchos los factores que influyeron para esto. Pero me enfocaré en solo tres de ellos:

Primero, porque tenía una noción nada balanceada del carácter de Dios. El concepto que dominaba mi entendimiento del Creador estaba más orientado a su gracia, bondad y misericordia. Afirmaba su santidad y justicia, pero creía que por encima de todo, Dios es más amor que otra cosa. Un Padre amoroso que quiere lo mejor para sus hijos y que les da todo lo que ellos pidan. Y aunque es cierto que Dios es un Padre bueno, que cuida y protege a los suyos, ese énfasis exclusivo en su amor a costa de sus otros atributos, no representa el testimonio de las Escrituras. Además, un estudio sincero y responsable de la palabra de Dios nos llevará a reconocer que el atributo divino que le da brillo a todos su otras perfecciones, es Su santidad.

Una reflexión honesta de la visión que el profeta tuvo del Señor en Isaías 6 y otros textos más, me llevaron a la convicción que la santidad de Dios es la cualidad que se destaca con prominencia en el relato bíblico. Los libros La santidad de Dios de RC Sproul y El conocimiento del Dios Santo de J.I. Packer, me ayudaron a entender mejor las Escrituras a partir de la santidad divina. Además, mi entendimiento de la justicia, de la soberanía y la gracia divinas estaba más influenciado por nociones humanas que por convicciones bíblicas.

Segundo, porque tenía un concepto muy elevado del hombre. Tanto del hombre perdido en sus pecados, como también del hombre redimido. Siempre consideraba al hombre como básicamente bueno.  Mi comprensión de la naturaleza del pecado y de sus serios efectos en la humanidad eran bastante escasos. No entendía hasta qué punto llega la corrupción y depravación del hombre por su pecado. Pensaba que eso se termina cuando nos convertimos a Cristo. A este respecto la confesión que Pablo hace de su lucha como creyente en Romanos 7, fue de mucha ayuda. Así mismo los libros Confesiones de Agustín y La mortificación del pecado de John Owen, también me ayudaron a entender y reconocer la gran corrupción del hombre.

Por otra parte reposaba en el hecho de que fuimos creados a imagen de Dios. Mi conclusión lógica fue, por ejemplo, que era como un pequeño dios y que mis palabras tienen tanto poder, cómo las palabras del mismo Dios. Solía hablar del poder creativo de mis palabras. Puedo hablar y las cosas suceden, pensaba.

Tercero, porque ignoraba el concepto bíblico de los decretos. Las palabras decreto y decretar se encuentran casi 70 veces en la biblia y en su gran mayoría en el Antiguo Testamento. Las palabras en hebreo comunican la idea de ‘mandamiento o estatuto’ por un lado y por otro lado comunica la idea de un veredicto (favorable o desfavorable) pronunciado judicialmente*. Decreto es la traducción en el Antiguo Testamento de varios términos hebreos y arameos que significan “orden real o proclamación real”. El Antiguo Testamento describe al Señor como el gran rey que promulga sus decretos,( Sal 2:7)  y en el Nuevo la palabra griega traducida por decreto, edicto y ordenanza se refiere a los decretos del Cesar (Lc 2:1; Hch 17:7) o del faraón de antaño (Heb 11:23) a la resolución del concilio de Jerusalén (Hch 16:4) y a las demandas detalladas de la ley Mosaica.**

El Catecismo Menor de Westminster describe a los decretos de la siguiente manera:  los decretos de Dios son su propósito eterno, según el consejo de su propia voluntad, en virtud del cual ha preordenado, para su propia gloria, todo lo que sucede.

Por lo tanto, decretar no es algo que corresponda a los creyentes.

 

Pero,  ¿qué hay de malo con decretar? 

Primeramente, decretar (o declarar) no es una práctica que tenga un sustento bíblico, segundo porqué no produce beneficio alguno y por último porqué tiene efectos nocivos sobre nuestras vidas.

1. No es una práctica bíblica

Es cierto que las Escrituras advierten al creyente de cuidar lo que dice. Que en nuestra lengua está el poder de la muerte y de la vida; que daremos cuentas por las palabras que decimos; que nuestras palabras deben ser con gracia y que todo lo que digamos debe, en última instancia, glorificar a Dios. Pero nada de esto sugiere que los hombres tenemos poder para crear cosas por solo decirlas, ni muchos menos se nos manda a decretar. Decretar es algo que pertenece al Creador. En el relato bíblico no vemos a los creyentes decretando y las Escrituras nunca nos manda hacerlo.

Por ejemplo, pensé por muchos años que el texto de 2 Corintios 4:13, que dice “creí por lo cual hablé”, era una invitación a declarar las cosas por fe. Pero un cuidadoso examen del texto refutó mi teoría. Porqué en el capítulo 4 Pablo está hablando de la fe que los creyentes tienen aun en las dificultades y tribulaciones y para el efecto el apóstol cita el Salmo 116:10. Lo que Pablo quizo decir es: aunque decía con mi boca que estaba afligido, todavía estaba creyendo.

Otro texto que mal usé, fue el hecho de que Dios hace con nosotros de acuerdo a como hablemos a sus oídos. Pero mi interpretacion también estaba errada, porque el pasaje describe una advertencia de juicio que Dios hace a Israel por su constante murmuración y queja y les dice a Moises y Aaron:

¿Hasta cuándo tendré que sobrellevar a esta congregación malvada que murmura contra mí? He oído las quejas de los hijos de Israel, que murmuran contra mí. Diles: “Vivo yo”–declara el Señor” que tal como habéis hablado a mis oídos, así haré yo con vosotros. “En este desierto caerán vuestros cadáveres, todos vuestros enumerados de todos los contados de veinte años arriba, que han murmurado contra mí. (Números 14:27-29 LBLA).

Es claro que esto no es la promesa de que recibirán todo lo que sus labios decreten o declaren, mas bien es una descripción de que el castigo que recibirán será exactamente como ellos han murmurado.

2. No produce ningún beneficio

La práctica de decretar y declarar, no produce ningún beneficio concreto. Las palabras de los hombres no han producido ni producirán nada en el sentido de cambiar o crear las cosas. Y tampoco será el medio por el que nuestras oraciones serán contestadas. Dios responde al clamor de los suyos cuando estos se humillan, y piden apelando a su misericordia.

3. Puede producir efectos nocivos

La práctica de decretar y declarar puede provocar serios efectos en los creyentes que las practican. Recuerdo que una sensación de decepción conmigo mismo me embargaba cuando llevaba tiempo decretando algo sin ver resultados. Mi aparente falta de fe al decretar me causaba gran desilusión. En el peor de los casos, el creyente siente que Dios lo ha abandonado. En el otro extremo de los serios efectos de esta practica se encuentra el orgullo que puede generar en los creyentes. Sobre todo al pensar que las oraciones, que providencialmente Dios responde, son producto de lo que decretamos y declaramos.

 

¿Cuál es la alternativa bíblica?

La alternativa bíblica a la práctica de decretar y declarar, es la oración de fe, sumisa, perseverante y ferviente.  La oración que levanta con humildad su petición al Señor, que confía en Su soberanía, que descansa en su buena voluntad y que concluye con acción de gracias.

Por ejemplo, cuando los creyentes de la iglesia primitiva fueron intimidados por las autoridades del templo para no predicar, ellos oraron unánimes a Dios y le pidieron por valor: Y ahora, Señor, considera sus amenazas, y permite que tus siervos hablen tu palabra con toda confianza, (Hechos 4:29 LBLA). El apóstol Pablo exhortaba a los creyentes de Filipos a no afanarse por nada, ” antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios” (Filipenses 4:6 LBLA).

Asimismo, nuestro Señor nos dejó una gran modelo a este respecto y una enseñanza clara acerca de la oración. Cuando agonizaba en Getsemaní antes de su arresto, oró “diciendo: Padre, si es tu voluntad, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. (Lucas 22:42 LBLA). Y cuando enseñó a orar, les dejó la oración del Padre Nuestro, que se enfoca en la gloria de Dios y luego contiene las peticiones por la provisión diaria, el perdón de los pecados y el ser guardados de la tentación.

Por lo tanto, el modelo y el mandato bíblico es una oración que se apoya en los méritos de Cristo, que pide a Dios, que depende de la gracia divina, confía en la buena voluntad de Dios y le da gracias. Porque entendemos que Su voluntad es buena agradable y perfecta. No tenemos que estar decretando ni declarando, ni mucho menos sentirnos mal si luego de orar las cosas no salen como pedimos. Debemos descansar que nuestras vidas están en las manos de un Dios poderoso, sabio, bueno y soberano. Que está obrando sus propósitos eternos en nuestras vidas.

 

Últimas palabras

Ahora no decreto. Esta práctica la abandoné hace unos años. Doy gracias a Dios, porqué me ayudó a entender en el error que me encontraba. En especial, como dije al comienzo, porqué me dio una correcta comprensión del evangelio bíblico y eso hace una enorme diferencia en la vida de los creyentes.

Gracias a Dios porque me abrió los ojos y me enseñó a entender su verdad, porque mientras estemos en este cuerpo, tendremos la capacidad y necesidad de seguir aprendiendo. Mi oración es que seamos sensibles y honestos en aceptar cuando nos equivocamos y a su vez que seamos humildes para ser enseñados por otros. Creo que en un sentido los creyentes deberíamos ser como Apolos, el gran predicador de Alejandría, quién se dejó instruir por Priscila y Aquila. Estos líderes después de oírlo, “lo llevaron aparte y le explicaron con mayor exactitud el camino de Dios”. (Hechos 18:26 LBLA).

 

 

*4901 Hebreo- Diccionario de palabras hebreas y arameas. Concordancia Strong Exhaustiva.

**Nelson Nuevo Diccionario Ilustrado de la Biblia- Caribe p269.

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