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Esta mañana estaba viendo un video que realicé hace diez años, mientras estaba en la universidad. Tenía una media sonrisa en mi rostro al recordar esos tiempos y apreciar lo que pudimos lograr. A la vez, tenía algo de pena al ver tantos errores que cometí en la realización. Desde la música, las faltas ortográficas, hasta mala explicación y aplicación de algunos conceptos.

Cada vez que miramos atrás nos damos cuenta de cosas que pudimos haber hecho mejor. Eso es parte del aprendizaje. Y en aquel momento, ese video era reflejo de lo mejor que yo podía hacer; con 18 años, a mitad de la carrera universitaria, y sin ningún tipo de entrenamiento teológico. Yo agradezco aquella oportunidad, pero hoy haría las cosas de manera muy diferente.

El otro día conversaba con un buen hermano en la fe, un excelente escritor y muy buen pensador, sobre sus primeros tuits. Él me comentaba lo avergonzado que se sentía por lo vano de sus escritos. Como jóvenes, usualmente no tenemos la madurez necesaria para comprender las diferentes aristas de las cosas que estamos comentando. Esto es cierto a nivel secular sin duda, pero es mucho más cierto en cuanto a las cosas eternas. Doy muchas gracias a Dios que ninguno de mis pensamientos teológicos cuando tenía 18 años están publicados en internet. ¡Cuánto necesitaba aprender!

El ejemplo de Eliú

El libro de Job es uno de mis libros favoritos del Antiguo Testamento. Muestra lo superior de los planes de un Dios soberano sobre la creación, la realidad del sufrimiento en un mundo caído, el orgullo de los hombres al pensar que comprenden todo de Dios, la realidad de que el mejor de los hombres necesita un redentor, y vindica a Dios como un Señor sabio y fiel. La mayor parte del libro es una conversación entre Job y sus “amigos”. Luego de sufrir más de lo imaginable, y sin culpa (como figura de nuestro Señor Jesús), Job tiene que soportar los ataques de sus amigos. Y en un momento de su dolor él les ruega: “Por favor, ¡mírenme y cállense! ¿Acaso no ven el dolor en el que estoy? ¿Acaso no son mis amigos?” (Cp. Job 21:5).

Lamentablemente, ellos no se callan sino que siguen hablando. Y un par de capítulos más adelante, uno más se mete en la conversación. Su nombre es Eliú, y dice que él se había quedado callado porque “los otros eran de más edad que él. Pero cuando vio Eliú que no había respuesta en la boca de los tres hombres, se encendió su ira” (Job 32:4-5). Y Eliú arranca a juzgar a Job y a tratar de justificar a Dios.

El discurso de Eliú (Job 32-37) tiene mucha sabiduría y mucha hermosura en sus palabras. Él dice muchas cosas bien. Pero también falla al blanco: él también piensa que la razón por la que Job sufre es por su pecado, ignorando que hay algo mayor ocurriendo en los cielos (Job 1-2). Lo que es tal vez peor, él se equivoca al no ser de consuelo a un hombre que acababa de perder sus riquezas, su salud, su bienestar matrimonial, sus hijos, y aun sus amigos. A un hombre que caminaba de cerca con Dios, y ahora solo sentía su silencio. Eliú hubiera hecho mucho bien si se hubiera quedado callado, como Job les había rogado.

Creo que hay algo que aprender de esto. En nuestros días tenemos muchos medios para decir lo que pensamos, y tenemos la oportunidad de recibir conocimiento de diversas fuentes. Eso es una gran bendición, y doy gracias a Dios por ello. A la vez, el que tengamos una plataforma no significa que debamos usarla todo el tiempo. Y más en nuestra juventud. Como decía al principio, a mis 18 años tenía demasiadas lagunas en mi pensamiento teológico (y mi pensamiento en general), por lo que agradezco que nada de lo que pensé y escribí está publicado. Aún hoy, que el Señor me ha permitido servir en la iglesia y capacitarme mucho más, le pido al Señor que me ayude a distinguir en cuáles temas debo aportar mi opinión, y que me ayude a hacerlo con humildad, a sabiendas de que me falta mucho por aprender y mucho por experimentar.

Sin duda, la Biblia nos muestra el ejemplo de no menospreciar la juventud (1 Ti. 4:12, aunque Timoteo tenía unos 30 cuando Pablo le dio esa instrucción). Daniel, Ananías, Misael y Asarías dieron ejemplos de fidelidad al Señor en su juventud (Dn. 1:8-18). Y en la historia de la iglesia Dios ha usado muchos jóvenes para su gloria.

En cualquier momento de nuestra vida, si somos cristianos, debemos servir al Señor. Pero mi llamado es a reconocer las limitaciones de la juventud y ser prudentes (Tit. 2:6). Tal vez puedas acercarte donde alguien de más edad y pedirle que te dé retroalimentación sobre lo que escribes. Tal vez puedas limitar tus tuits a uno por día en vez de tres. Tal vez este escrito te sirva para que estés más atento al tono de lo que publicas. Donde sea que estés, sirve al Señor de una manera apropiada, bajo autoridad, reconociendo tus limitaciones. Cuando Dios apareció en Job, Él ni siquiera respondió a Eliú. Pero tú y yo daremos cuenta de cada palabra vana que escribamos (Mt. 12:36). Entonces, ¿estás seguro que quieres publicar eso?

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