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En el principio, Él era. Él era perfecto. Él era amor. Él era justicia. Él era santidad. Y Él es. Perfecto, amor, justicia, y santidad. Él creo todo en el universo y lo sustenta. Él creó al hombre en Su imagen. Lo hizo como Él. En Su semejanza. Un espejo que reflejaba el mismo amor, justicia, y santidad de Su creador.

Pero el hombre lo rechazó.

Él hombre decidió ser su propio dios, en lugar de ser como Dios. Decidió hacer las cosas a su propia manera, no de acuerdo al diseño de Dios. El hombre quebró la imagen que Dios le había dado, queriendo ser el sol de su sistema solar, en lugar de reflejar la verdadera fuente de luz.

Contrario a su imagen recibida, el hombre decidió ser un pecador.

Más que pecaminosos, somos pecadores

Muchas veces tratamos el pecado como algo que existe fuera de nosotros. Como si fuera una influencia exterior que nos mueve o causa a pecar en momentos de debilidad. Si solo el pecado nos dejara en paz, seríamos perfectos.

Es una manera demasiada común de ver el pecado, pero la Biblia lo presenta de otra forma. El pecado no es tanto una fuerza que nos ataca por fuera, sino por dentro (Ro. 7:21). No somos pecaminosos, como si fuera algún adjetivo. Algo que nos rodea. Somos pecadores. Es algo que hacemos. Que somos. Todo el tiempo.

Nosotros no resultamos siendo pecadores porque pecamos. Nosotros resultamos pecando porque somos pecadores. De la misma manera que un perro no resulta siendo un perro porque ladra, sino que ladra porque es un perro. Ladrar es una parte inherente de su naturaleza porque es un perro. Y para nosotros, pecar es una parte inherente de nuestra naturaleza porque somos pecadores.

En la historia de la Biblia, somos los villanos

Existe un patrón a través de la historia de la Biblia: Dios salva, no por causa de los humanos, sino a pesar de ellos. Él los salva —una y otra vez— de ellos mismos. Siendo pecadores, ellos viven en rebelión y corren cegados a su consequencia final: la muerte (Ro 6:23).

La salvación no se puede encontrar en el hombre porque Él mismo es la causa de su necesidad de salvación. Siendo pecador, el hombre no está buscando cómo regresar a Dios, sino cómo alejarse más de Él. El hombre no quiere a Dios (Ro 3:11). Al contrario, el hombre busca más y más maneras de rebelarse contra Dios, endurecer su corazón contra Él y destruir cualquier semblanza de Su imagen en Él.

El hombre es el villano. Tú y yo somos los villanos.

Por amor a Sus enemigos

A pesar de nuestra rebelión, Cristo sigue siendo amor. Y porque no existe dentro el hombre la capacidad de salvarse a sí mismo, Cristo ensució sus manos e hizo lo necesario para salvarnos. Lo increíble es que no lo hizo a la fuerza, sino de su propia voluntad, por amor a Sus enemigos.

Fuimos rescatados de nosotros mismos. Fuimos rescatados de la ira pasiva de Dios que permite que algunos persigan los deseos carnales de su propio corazón (Ro 1:24; Sal 81:12).

Rescatados para reflejar

Ahora, restaurados y a la vez siendo restaurados, nosotros obramos para reflejar la imagen original dada a nosotros. Somos espejos que no apuntan a nosotros mismos, sino a la imagen original: Cristo. Y siendo cristianos, vivimos la vida de Cristo. Somos los villanos, pero a diferencia de la mayoría de las historias, la misión del Héroe no era destruirnos, sino salvarnos.

Habiendo sido enemigos, pero amados, ahora nosotros amamos a nuestros enemigos. Habiendo sido rebeldes, pero aún así recipientes de gracia, ahora nosotros extendemos la gracia que Dios nos ha mostrado a los que nos rodean. Habiendo sido villanos, pero rescatados, ahora nosotros apuntamos al verdadero Héroe quien vino a este mundo a rescatar a los villanos.


A veces cuesta leer la Biblia, ¿no? Si no tenemos cuidado, podemos empezar a leerla como si nosotros fuéramos el héroe de la historia. Pero no es así. La Biblia es clara desde su inicio hasta su final que Cristo es el héroe y protagonista central de la historia. Si quieres aplicar esto mejor en tu estudio de la Biblia, échale un vistazo a este artículo. Creo que te será de mucha ayuda.

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