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Creo en Cristo a pesar de los cristianos, y déjame explicarte por qué.

Hace poco estaba hablando con un no cristiano. Empezamos a conocernos y en algún punto de la conversación él se enteró de que yo era (y por gracia continuo siendo) cristiano. Me dio una mirada desconcertada y comencé a sentir una gran distancia crecer entre nosotros. Aparentemente, mi nuevo amigo ya tenía una idea de cómo eran los cristianos y no quería nada que ver con ellos.

Después de hablar un poco más, me di cuenta que su impresión del cristianismo tenía poco que ver con Cristo. Sus comentarios eran bastantes comunes y frecuentemente los he escuchado: “Los cristianos son los loquitos que van botando a la gente en sus ‘servicios milagrosos’”. “¿Eres cristiano? Entonces no fumas, tomas cerveza, o escuchas música secular, ¿verdad?”. Y lamentablemente: “Los cristianos son unos hipócritas que se creen la gran cosa mientras que viven en la misma basura que el resto del mundo”.

Para la mayoría del mundo esta es la representación del cristianismo que les hemos mostrado. Miran a la iglesia cómo una entidad más híper-espiritual que razonable, más legalista que libre, y más hipócrita que honesta. En otras palabras, ven mucha actividad religiosa, pero no ven a Cristo.

Lo que verdaderamente marca un cristiano

Hace una semana, mi buen amigo y co-pastor Justin Burkholder escribió un artículo en Coalición sobre lo que realmente debe definir a un cristiano. En este artículo, Justin da cuatro cosas que deben caracterizar nuestra definición de un cristiano. Para decirlo de otra manera, son cuatro cosas que muestran que un persona es un cristiano. Estas son:

  1. El amor que los cristianos tienen para otros cristianos (Jn. 13:34-35).
  2. El gozo que experimentan en sus vidas, no importe la circunstancia (Sal. 16:11, 51:12, 87:11).
  3. El fruto del Espíritu: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, dominio propio (Gá. 5:22-23).
  4. Un patrón continuo de confesión y arrepentimiento (1 Jn. 1:9-10).

El problema que Justin justamente identifica en su artículo es que muchos en la Iglesia en Latinoamérica no usan estos parámetros para definir quiénes son cristianos y quiénes no, sino que en su lugar, han permitido que la cultura evangélica defina cómo luce un cristiano. Entonces, el cristiano es la persona que participa en todas las actividades de la iglesia, es la persona que sabe mucho sobre la Biblia, es la persona que se viste bien, es la persona que solo escucha música cristiana, es la persona que aparentemente no lucha gravemente con el pecado (o al menos no es obvia), etcétera. Para muchos de nosotros, no lucir de esta manera trae duda a nuestra mente sobre si una persona realmente es cristiana o no.

Una cultura cristiana sin Cristo

En el poco tiempo que he estado sirviendo en el ministerio de la iglesia, he notado que casi todas las personas con quienes he hablado o he conocido han sido afectados de una manera u otro por la iglesia. Esto se debe a una cultura bastante evangélica que existe en Guatemala. Cada día parece que hay más iglesias y más personas clamando el nombre de Jesús. Para algunos, esto suena como palabras de victoria, pero no es así de simple.

Lamentablemente, muchos evangélicos han construido para sí mismos una cultura que usa las mismas palabras, dice las mismas cosas, practican muchas de las mismas actividades, sin embargo fracasa en reflejar lo que su etiqueta indica: el evangelio. La cultura evangélica en Guatemala es evangélica en nombre, y usa ese nombre para avanzar su causa, pero en gran parte no apunta al evangelio.

¿Cómo lo sabemos? Porque a pesar de una gran presencia de iglesias evangélicas, nuestra sociedad se está deteriorando. A pesar de una grande cultura evangélica, los mensajes que se escuchan se tratan más del hombre que Dios. No quiero decir que la Iglesia en Guatemala no está creciendo o que Dios no está haciendo algo aquí. Pero sí diría que cualquier cosa que está haciendo no es gracias a nuestra grande presencia evangélica, sino que muchas veces es a pesar de ella.

EL problema de la Iglesia en Guatemala es que ella misma se ha convertido en una piedra de tropiezo para el evangelio. La Iglesia se ha convertido en un obstáculo que estorba nuestra misión de hacer discípulos. Por lo común, el problema que no-cristianos tienen con el cristianismo no tiene que ver con Cristo, sino con los cristianos. Y muchos cristianos están más preocupados con convertir a las personas a su estilo de vida cristiano, que al evangelio de Cristo.

Muchos han adoptado el cristianismo como un adjetivo que simplemente añaden a su identidad, pero fallan en encontrar su identidad en Cristo. “Cristiano” es un adjetivo que los describe, pero no un sustantivo que los define. Esto ha resultado en la creación de una cultura evangélica cuyo centro ha sido reemplazado por otras cosas. La cultura cristiana sin Cristo se crea cuando hacemos cosas “cristianas”, pero sin el evangelio en el centro. Vamos a la iglesia, no para compartir en el evangelio como comunidad, sino por obligación. Leemos la Biblia, no para conocer a Dios, sino para apoyar nuestras propias ideas. Oramos, no para pedirle a Dios que haga Su voluntad, sino para demandarle a que haga la nuestra. Ofrendamos, no de un corazón agradecido y generoso, sino porque queremos que Dios no pague de vuelta el doble. Evangelizamos, no para hacer discípulos de Jesús, sino para hacernos líderes de muchos seguidores. Enseñamos y predicamos, no para exponer Su Palabra, sino para proclamar las nuestras.

Creamos una cultura evangélica, pero la edificamos alrededor de cosas que no son Cristo. Y así es como el evangelicalismo ha fracasado en Guatemala.

¿Dónde se encuentra el problema?

Para mi amigo, el bagaje de la cultura evangélica había opacado su vista del evangelio. Al mirar a los cristianos, él no veía a una comunidad unida por el evangelio que mostraba amor, gozo, los frutos del Espíritu, y el arrepentimiento. Él miraba a un grupo de personas que claman ser un cosa mientras que son otra. Personas unidas por una cultura que si somos honestos, puede parecer muy rara para aquellos que se encuentran afuera de ella.

Cuando mi amigo comenzó a explicarme por qué se sentía incómodo con los cristianos, inmediatamente y pecaminosamente quise aclararle, “¡Pero yo no soy uno de esos cristianos!”. Esto fue pecaminoso porque mientras sí hay una gran cantidad de personas haciendo un trabajo pésimo de representar a Cristo, en ese momento había fallado en recordar que soy el primero entre ellos. Preocupándome más por mi reputación, mostré mi corazón farisaico al pensar que el problema existía únicamente fuera de mi.

Cuando digo que creo en Cristo a pesar de los cristianos, no estoy hablando solamente de otros cristianos, sino también de mí mismo. Yo creo en Cristo principalmente a pesar de mí mismo porque conozco mi corazón mejor que cualquier otra persona. Sé que muchas veces no quiero amar a otros cristianos y aún cuando lo hago, a veces es de mala gana. Sé que tengo que luchar para encontrar gozo porque mi corazón es un pesimista. Sé que a veces me toma demasiado tiempo arrepentirme porque me duele el orgullo. Y cuando no descanso en Cristo y no hago las cosas que señalan a un cristiano, termino haciendo otras cosas —cosas aceptables en una cultura cristiana— para cubrirlas. Me convierto en un hipócrita, un legalista, o una persona que busca experiencias híper-espirituales para no tener que lidiar con mis pecados.

Volver al centro

Cuando el evangelio no está en el centro de nuestra fe, entonces nuestras motivaciones, nuestros actos, las prácticas y filosofías ministeriales de nuestras iglesias —todo estará fuera de lugar—. Recuerdo una vez escuchar a Tim Keller decir que el cristianismo es similar a nuestro sistema solar: si el sol no está en el centro, todo se desequilibrará y será arrojado al desorden. Pero si el sol está en el centro, todo lo demás caerá en su lugar y funcionará como fue diseñada para ser. Sin el evangelio en el centro, nuestra fe rápidamente se colapsará.

Yo no llegué al cristianismo porque me impresionaron los cristianos —¡llegué porque fui impresionado por Cristo!-. Su gracia fue irresistible para mi. Al ser confrontado y quebrantado por mi pecado, también fui asombrado por la magnitud de su gracia a pesar de mi maldad.

Entonces, dejemos de enorgullecernos en la supuesta victoria de nuestra cultura evangélica. Guatemala no es la tierra prometida. Nuestro presidente, tan buen evangélico como sea, no es nuestro mesías. No permitamos que evangélico sea una simple etiqueta que usamos para avanzar nuestra propia causa. Más bien, procuremos proclamar el evangelio como la mayor causa que jamás pudiéramos avanzar.

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