×

Cuando hablamos de la gracia común de Dios nos referimos a los favores que Dios en Su bondad derrama sobre este mundo caído para beneficio de todos los hombres, independientemente de si son creyentes o no. Esa gracia común opera en el hombre no regenerado de dos maneras: restringiendo el pecado en ellos y capacitándolos para hacer obras que son externamente buenas y beneficiosas.

Henry Meeter define “gracia común” como aquella “influencia de Dios, a través de la cual y por diferentes medios refrena las pasiones perversas de los hombres, y hace que éstos, aun siendo no regenerados hagan muchas cosas externamente buenas y que son contrarias a los intentos perversos de sus corazones pecaminosos (La Iglesia y el Estado; pg. 69).

Y Juan Calvino es mucho más específico en su Institución de la Religión Cristiana: “Si creemos que el Espíritu de Dios es la única fuente de verdad, nosotros no rechazaremos ni despreciaremos esta verdad allí donde se manifieste… ¿Negaremos la luz de la verdad a los antiguos legisladores que promulgaron principios tan justos de orden civil y político? ¿Diremos que los filósofos eran ciegos en su penetrante contemplación y en la descripción científica que nos hacen de la naturaleza? ¿Podemos decir que aquellos que, por el arte de la lógica nos han enseñado hablar de un modo consistente con la razón, estaban ellos mismos destituidos de entendimiento? ¿Acusaremos de locura a todos aquellos que afanados en el estudio de la medicina han obtenido ventajas y beneficios para toda la humanidad”. Y así continúa Calvino mencionando diversos logros que los hombres han alcanzado a través de la historia, independientemente de si eran creyentes o no, para concluir con esta frase: “¿Y no admitiremos que todo aquello que es laudable (digno de alabanza) y excelente procede de Dios?”

Santiago nos dice en su carta que “toda buena dádiva y todo don perfecto” viene de Dios (Sant. 1:17). Por su gracia común Él capacita a los hombres, incluyendo a los hombres no regenerados, para que hagan cosas excelentes que benefician a los demás. Por supuesto, los inconversos no reconocerán que la capacidad que tienen es un talento dado por Dios, y aún es posible que usen esa capacidad que Dios les da para su enriquecimiento o gloria personal, e incluso para dañar a otros; pero eso no elimina el hecho de que la capacidad que tienen, y con la que podrían hacer mucho bien, es un regalo inmerecido de Dios a un mundo caído.

En Is. 54:16 dice el Señor: “He aquí que yo hice al herrero que sopla las ascuas en el fuego, y que saca la herramienta para su obra”. Fue Dios el que le otorgó la capacidad para poder hacer eso. Esa es la gracia común en operación. No alcanza a los hombres para salvación (eso es lo que hace la gracia especial de Dios), pero sí los alcanza para hacerles mucho bien temporal. Y un aspecto de esa gracia común en operación es la provisión que Dios ha hecho de los gobiernos humanos como un medio indispensable para el buen funcionamiento de la sociedad humana.

Imagínense lo que sería un conglomerado de personas, compartiendo el mismo territorio, y sin ninguna autoridad que rija sobre ellos, sin ninguna legislación, sin ninguna fuerza legítima que restrinja la maldad y el abuso. Aquello sería una antesala del infierno.

Pero ahora quisiera dar un paso más adelante y decir que la gracia común de Dios también es la que opera en algunos hombres proveyéndoles la capacidad que necesitan para asumir el liderazgo del gobierno. Los buenos estadistas, sean creyentes o no, han sido buenos gobernantes por la gracia común de Dios, y todos los gobernados reciben el beneficio, sean creyentes o no.

Cuando la reina de Sabá visitó a Salomón y comprobó por ella misma su sabiduría, le dice en 1R. 10:8-9: “Bienaventurados tus hombres, dichosos estos tus siervos, que están continuamente delante de ti, y oyen tu sabiduría. Jehová tu Dios sea bendito, que se agradó de ti para ponerte en el trono de Israel; porque Jehová ha amado siempre a Israel, te ha puesto por rey, para que hagas derecho y justicia”.

Dios capacitó a Salomón para ser rey para beneficio del pueblo, a pesar de que en Israel seguramente había muchas personas que no amaban a Dios; y lo mismo podemos decir de todos aquellos que han sido reconocidos como buenos estadistas a través de la historia. Si tenían aptitud para gobernar bien, esa capacidad les vino de la gracia común de Dios, aun cuando ellos mismos no hayan sido creyentes.

¿Cuál es, entonces, nuestra responsabilidad como cristianos que vivimos en un  país democrático y que debemos contribuir con nuestro voto a la elección de un presidente para el próximo cuatrienio? Votar por aquel que a nuestro juicio posea más gracia común. Lo ideal sería tener un presidente que haya sido regenerado por la gracia especial de Dios, un hombre que tema al Señor y a nadie más; que como gobernante desee, por encima de todas las cosas, hacer la voluntad de Dios revelada en Su Palabra. Ese sería el ideal.

Pero los cristianos no están obligados a votar únicamente por candidatos cristianos, sino por aquellos que, según su juicio, posean más gracia común para desempeñar el cargo para el cual están siendo electos. Con estos dos conceptos teológicos en mente, la soberanía de Dios y la gracia común de Dios, ahora podemos tomar las Escrituras y contemplar allí el perfil que Dios nos da de un gobernante, recordando que hay una diferencia fundamental entre un perfil y una fotografía. La fotografía es una imagen que corresponde perfectamente a lo que fue fotografiado, mientras que el perfil nos da una idea de la imagen que tenemos por delante. Ningún ser humano será la imagen perfecta del buen gobernante o magistrado que Dios bosqueja en Su Palabra; pero como cristianos debemos procurar que gobierne aquel que mejor encaje con ese perfil. Pero eso lo veremos en el próximo artículo, si el Señor lo permite.

© Por Sugel Michelén. Todo Pensamiento Cautivo. Usted puede reproducir y distribuir este material, siempre que sea sin fines de lucro, sin alterar su contenido y reconociendo su autor y procedencia.

CARGAR MÁS
Cargando