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Las cosas no son como deberían ser. Eso queda claro. El día tiene 24 horas, y los seres humanos, pináculos de la creación, pasamos cerca de un tercio de ese tiempo durmiendo. Necesitamos comer al menos 3 veces al día para restaurar fuerzas. Contraemos algún imperceptible virus y terminamos en cama por una semana. ¿Cómo es que Dios creó a seres tan frágiles? Pues, no lo hizo: no como estamos ahora. Génesis 3 lo afectó todo. Ya nada es como debería ser. De pronto, nada en nosotros funciona correctamente.

El problema no se queda solo dentro de nosotros. Cada parte de la sociedad está compuesta por hombres, y hombres pecadores. Hombres que hacemos lo que que no queremos hacer (Rom. 7). Que deseamos cosas incorrectas y nos airamos cuando no las conseguimos (Stg. 4). Tenemos dificultades con el trabajo, con el tráfico, con el gobierno. Y con nuestras parejas, nuestros hijos, y nuestra familia extendida.

Tú ya sabías todo esto. Lo has experimentado de primera mano. No tengo que repetirte que en el mundo tendremos aflicción.

Pero creo que a veces se nos olvida. Y hay un área donde a muchos se nos olvida todo el tiempo.

La santa iglesia llena de pecadores

Igual que nosotros, igual que la sociedad, la iglesia no funciona correctamente. No en el sentido pleno de la palabra. La materia prima que Dios tiene para edificar su iglesia es polvo (Salmos 103:14). Y polvo pecaminoso. Por lo que tenemos problemas todo el tiempo.

  • Un buen predicador tiene malos sermones.
  • El grupo de adoración se equivoca en la selección de canciones.
  • Alguien hace una oración que no es sabia.
  • Una consejería sale bien mal.
  • Un hermano le habla de la peor forma a otro.

Y porque se nos olvida la realidad de un mundo caído (lo que nos incluye a nosotros y nuestros deseos), recurrimos una y otra vez a la queja y al juicio. Yo también he sido culpable de esto mismo. De hecho, es un mal muy común en medio de este mover del evangelio que Dios está haciendo hoy en día. Y es muy evidente (pero no exclusivo) entre los jóvenes.

  • Escuchamos un sermón y si el autor no expuso una sección como pensamos que debería, o no aplicó como uno quisiera, encendemos nuestro quejómetro y juzgamos el sermón. (“Estuvo bien…, pero le faltó…”).
  • El grupo de adoración no eligió las canciones que entendemos son las más adecuadas y de pronto nos surge este deseo de ir a enseñar al hermano explicándole por qué no debe hacer esas canciones.
  • Alguien le ora al Padre y dice “gracias por morir en la cruz por nosotros” y se enciende nuestra Trinitología en vez de nuestra pasión por seguir orando.
  • Un consejero olvida algún texto pertinente para el consejo y de inmediato calificamos su poco conocimiento.
  • Magnificamos la percibida ofensa de un hermano a otro y lo consideramos como necio.

Y así por el estilo.

Luminares en un mundo quejón

Necesitamos ser recordados más frecuentemente de las Palabras del apóstol:

“Hagan todas las cosas sin murmuraciones ni discusiones, para que sean irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual ustedes resplandecen como luminares en el mundo”, Filipenses 2:14-15.

¿Notaste ese “para que…”? Dios nos dice, “Deja las murmuraciones y discusiones, y entonces serás luminar en el mundo”. La gratitud y humildad son joyas raras en la sociedad. Todo el mundo se está quejando todo el tiempo acerca de todas las cosas. Nadie tiene todo lo que quiere. En medio de tiempos así, por supuesto que una persona agradecida y humilde, que celebra la gracia en los demás, hará toda la diferencia.

Cuando estamos llenos de gracia, se nos hace fácil ver gracia en los otros. Pero aun si en este momento no nos sentimos particularmente llenos de gracia, tú y yo podemos comprometernos a matar las murmuraciones y discusiones y juicios y quejas hacia lo que ocurre en nuestra iglesia. ¡Claro que tiene problemas! Está repleta de pecadores. Como tú y como yo.

Si hay un pueblo que puede y debe ser agradecido, es el pueblo de Cristo. Dios nos entregó a su Hijo y nos unió a Él y los demás cristianos para siempre. Dios perdonó nuestras ofensas de comisión y omisión. Dios nos habitó a través de su Espíritu y nos garantiza obrar en nosotros hasta llamarnos al hogar o que Él regrese por nosotros. Todo eso es tan cierto como el aire que respiramos. Y es igual de cierto para nuestros hermanos imperfectos.

Recientemente un amigo compartió esta poderosa frase  del pastor y profesor Chip Stam: “La gente piadosa es edificada fácilmente”.

Entonces, ¿vas a ser fácil de edificar? Yo quiero comprometerme a ser así.

  • Encontremos lo que Dios está diciendo en medio del sermón que (pensamos) que no fue perfecto.
  • Exaltemos al Señor con canciones que (quizás) no sean las mejores.
  • Oremos junto a nuestros hermanos que (nos parece) no oran tan bien.
  • Demos gracias por aquellos que sacan de su tiempo para aconsejarnos (aunque no estemos seguros de que dieron el mejor consejo).
  • Adoremos a Dios porque solo a veces algunos hermanos no se hablan de la mejor manera (en vez de que nuestras gargantas sean sepulcros abiertos).

En nuestras iglesias, hagamos el esfuerzo de ser prontos para la edificación y tardos para la murmuración. La gente piadosa es edificada fácilmente.

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