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FullSizeRender.jpgAl conversar con hermanos siento que hay cierta confusión en cuanto al final de La La Land, y quiero contribuir a la conversación con algunas breves ideas. Si quieres una panorámica general del filme desde la cosmovisión cristiana, Sergio Villanueva la tiene por aquí. Yo solo quiero enfocarme en el desenlace de la amorosa pareja de artistas. Por definición, este escrito está lleno de spoilers.

En La La Land, Sebastian y Mia protagonizan una hermosa historia de amor donde dos tercos artistas tratan de ceder y aprender el uno del otro. Luego de un par de encuentros coincidenciales, y un poco de luchar con su orgullo, ellos crean una relación de esas que todo el mundo anda buscando. Pero luego de una gloriosa primavera y un caluroso verano, la vida real ocurre, los pecados de cada uno se van acumulando, y un crudo otoño pone en riesgo la relación.

En su orgullo y búsqueda de gloria (o sea, necedad), Sebastian toma un trabajo que no debió tomar, que le lleva a descuidar a Mia de una manera que no debió, y que le dificulta pedir perdón por su egoísmo. Y en su orgullo y búsqueda de gloria (es decir, necedad), Mia le pasa cuentas a Sebastian y, se muestra poco dispuesta a perdonar, y decide ir detrás de sus sueños personales a expensas de su hombre soñado. En el momento máximo de su relación, Mia abandona a Sebastian para encontrar la gloria en París. Y Sebastian abandona a Mia para quedarse con la gloria de su banda.

Años después, ambos habían alcanzado la gloria que buscaban.  Pero era muy tarde para su reencuentro. Mia ya tenía una familia. Y, gracias a Dios, en franca discordia a las novelas y nuestra cultura, el filme no entretiene la idea de adulterio. (Para mí, esto  valió el precio de la entrada).

Sebastian y Mia no terminan juntos. Y eso no es nada malo.

Él quedó solo, con su música. Sin duda insatisfecho. Y Mia quedó acompañada, con su arte y familia. Probablemente también insatisfecha. ¿Qué más podemos esperar de pecadores en un mundo caído? Por supuesto que él debió asistir a la obra de Mía, y que ella debió perdonar que Sebastian no asistiera. Claro que ella debió insistir (al menos, por gratitud) en que se fueran juntos a París. De mucha mayor importancia: ¡claro que debieron casarse! Un lazo matrimonial posiblemente los hubiera guardado de romper su noviazgo tan fácilmente.

Pero no podemos pedirle a inconversos que se comporten como maduros en la fe. Aquellos que no conocen a Dios andan tanteando a ver qué les hace sentido; buscando a ver qué satisface su sed; ciegos guiando a ciegos, pidiendo un poco de música para no pensar en su culpa y vergüenza. La única razón por la que los creyentes tenemos una mejor prognosis es porque tenemos en la Escritura una Estrella del Norte que nos guía, en nuestro interior un Consolador que nos enseña, y en la cruz un Salvador que quitó nuestra vergüenza y culpa. Y, aun así, si has estado en la iglesia por suficiente tiempo de seguro te has encontrado con parejas de creyentes que se están separando uno del otro por su orgullo y búsqueda de gloria (que no es más que necedad). Es el obrar de Dios en nuestras vidas lo que marca la diferencia.

La La Land es una película fantástica que está firmemente arraigada en la realidad. Que no tiene miedo a soñar, pero que reconoce los sueños como (hermosos, increíbles, gloriosos, pero solo) sueños. Al final, Sebastian y Mia no terminan felices para siempre, porque en este mundo no hay tal cosa. Pero luego de tanta maravilla y hermosura, y de altos y bajos, sí terminan sonriendo. Y eso es: que a lo más que se llega en la Land debajo del sol es a una sonrisa. Y, a veces, eso es suficiente.

Pero por encima del sol, para los que creemos, una sonrisa será solo el principio de una eternidad en la presencia de nuestro amado Dios y Salvador, nuestro Señor Jesucristo.

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